Martín Guevara Treviño escribe:

viernes, mayo 16

2006: FESTIN DE IMPUNIDAD



María no podía hilar sus pensamientos en ese instante, la rabia y la humillación destilaban por cada uno de sus poros; ahí con el cuerpo desnudo sintiendo la frialdad del acero que formaba el piso del camión policial y encima de ella otros cuerpos más, sin lograr distinguir si eran hombres o mujeres, pero estaba segura de algo, eran también sus compañeros torturados. No comprendía como ocurría éste atropello, si hace menos de seis años atrás, ella como muchos otros mexicanos, habían creído en un cambio del sistema de gobierno, y había votado por un nuevo político que prometía hacer de éste un país digno.

Esa vez las lágrimas no aliviaban ningún dolor, ultrajada y humillada hacía un recuento mental de las atrocidades, solo recordaba que fue a apoyar a los compañeros adherentes de La Otra Campaña, a aquellos que luchaban por un espacio de trabajo, luego de que toda la nación se enteraba que un niño de 14 años había sido asesinado a manos de Policías Federales. Después se suscitó el enfrentamiento entre civiles y los comandos policiacos que llegaron con gran lujo de violencia a San Salvador Atenco, muchas historias se escribirían de los abusos cometidos, los policías entraban a diestra y siniestra a los hogares de la población rompiendo sus pertenencias y robando lo que podían, no sin antes golpear y amenazar a sus moradores, no había ley, no había ordenes de cateo, el pueblo indefenso que clamaba justicia era así brutalmente reprimido. María recordó cuando corría por las calles sitiadas por los represores, entre multitud fue atrapada a punta de macanazos, cayó al suelo dando algunos manotazos en su débil defensa, los policías la detuvieron, quienes, la golpearon brutalmente en sus senos con los toletes, así, cual animal fue aventada al camión donde varias compañeras y compañeros yacían golpeados. El trayecto fue tormentoso, en el suelo del camión obligándolos a mantener la vista agachada, comenzó la amenaza despótica, los uniformados a intervalos se encargaron de desnudar y manosear a las mujeres, María aun sentía la infecciosa ponzoña de aquellas manos callosas que recorrieron su cuerpo, sufrió los dolores de la penetración sin saber siquiera con que objeto había sido abusada, sin siquiera saber si sus compañeras estarían sufriendo el mismo martirio, alcanzó a escuchar las voces de sus compañeros varones tratando de defenderlas, pero así mismo los duros golpes y los gritos reprimidos de sus compañeros. Sentía la doble humillación de ser violada y golpeada sin piedad al mismo tiempo. ¿Los policías nos están matando? Se resistía a creer que todo eso que a lo largo de su corta vida le habían enseñado en la escuela, “que la policía y el gobierno estaban para salvaguardar a su pueblo”, ahora vivía en carne propia el abuso en propias manos de éstas figuras nacionales que todos deberían honrar.

(Parte extraída del libro: La gallina de los güevos de…)

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