Martín Guevara Treviño escribe:

viernes, mayo 16

FELIPE EL ESPURIO




El pequeño Felipe soñó con ser rey de su patria, era de una personalidad gris y de diminuta estatura. Pasaba las horas meditando, observaba desde la ventana de su habitación mientras limpiaba una y otra vez lo empañado en los cristales de sus anteojos.

Recorrió las sedes correspondientes y a través de discursos y largos alegatos trataba de aliarse con cúpulas de poder para afianzar sus metas. El tiempo transcurría y pensó en que era el día para lograrlo. Su ánimo no decayó al encontrarse que aquellos amigos que había forjado a lo largo de su andar no confiaban en él como gobernante, así que se vio en la necesidad de replantear sus estrategias. El pequeño visitó uno a uno a los grandes empresarios del reino, y los convino a un negocio redondo, ellos lo apoyarían para llegar al trono, y éste a su vez se comportaría benévolo para con sus intereses. Pero los avatares de éste proceso no acaban ahí, los plebeyos querían y confiaban en otro hombre para convertirlo en rey; así que el pequeño planeo contrarrestar dicho efecto, se echo mano de todos y cada uno de los heraldos del reino, a expensas del actual rey, para emprender la empresa de difamación contra aquel populoso adversario. A base de incansables repeticiones se moldeo el pensar de la plebe o al menos hacer creer eso para que en la disputa por el trono no se percataran en caso de echar mano al plan “B”.

La base popular no se dejó maniatar con los verbos incansables de los heraldos, así que el plan “B” se efectuaría, los sondeos de los escribanos daban un cambio drástico, ahora un empate hacia ver que el pueblo no se decidía quien los reinara. Así con escribanos y heraldos pagados a favor, el pequeño se engrandecía en imagen, al llegar el día de elegir rey, con declaraciones encontradas de jueces que se volvían parte a favor del hombrecito gris, la credibilidad se debilitaba, la plebe se dividía, los altos poderosos, los ricos del reino no tardaron en alzar la mano y convertir el sueño de Felipe en realidad, de inmediato enviaron a los heraldos a proclamar el triunfo; ¡Viva el rey!, que nadie lo dudara, moldear la conciencia.

Muchos de los lacayos jamás creyeron dicha afirmación generalizada, buscaron desenmascarar y desvelar la verdad. Pero la guardia real protegía las pruebas, todo estaba bajo control, así debería funcionar el poder real…

(Parte extraída del libro: La gallina de los güevos de)

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